Contribución a la Conferencia en la Ciudad de México, 27-28 Noviembre 2024
Dra Francine Mestrum
Mi ponencia refleja una perspectiva europea. Soy de Bruselas, capital de un país pequeño y rico, Bélgica, y también capital de la Unión Europea.
Empecé a leer la obra del profesor Bodrunov con gran entusiasmo. Por fin vuelve a tratar de la producción material, de las necesidades humanas, de una crítica del pensamiento postindustrial, de la “economía” y de cómo puede cambiar o incluso desaparecer, y del lugar de la tecnología y el conocimiento.
Entusiasmo, también porque en Europa estamos acostumbrados a escuchar sólo dos voces: los partidarios del sistema capitalista y de cómo en él se puede reforzar la competitividad y la productividad del trabajo para promover el crecimiento, por un lado, y los partidarios de una economía “verde”, con decrecimiento, menos consumo, renta básica y solidaridad comunitaria, por otro lado.
Para quienes investigan la justicia social, ambos caminos acaban en un callejón sin salida. La justicia social es en gran medida incompatible con el capitalismo y la economía verde suele ignorarla convenientemente o acaba en las soluciones del pasado. Lo presento de forma un poco caricaturesca y simplista, por supuesto que hay muchos matices que hacer, pero en aras de la claridad y a efectos de esta contribución, es suficiente.
La obra del profesor Bodrunov ofrece una salida y es especialmente útil para avanzar en el camino de la justicia social en términos concretos. Es especialmente interesante porque trata en detalle los conceptos básicos necesarios, como la producción material y las necesidades humanas, como puntos de partida. Y porque la obra no ignora en absoluto la necesidad de conocimiento e innovación, ni las necesidades culturales que utilizaré para avanzar hacia la protección y la justicia social.
Necesidad de protección
Una cosa es argumentar que el capitalismo es incompatible con la justicia social, y otra muy distinta examinar las muchas formas en que el sistema capitalista sí intenta satisfacer las necesidades básicas fundamentales y, en el keynesianismo, incluso ha implementado un cierto grado de redistribución de la renta y la riqueza.
Podemos pensar aquí en las diversas formas de Estado del bienestar en Europa Occidental, en los programas de reducción de la pobreza, en una amplia red de servicios públicos, en el derecho laboral y en un sistema tributario más o menos equitativo.
Todos esos sistemas se han visto gravemente comprometidos desde la introducción del neoliberalismo, y en varios países de Europa Occidental ya no queda mucho de ellos.
Si a esto se añaden los cambios en el sistema industrial de los que se habla extensa y acertadamente en la obra del profesor Bodrunov, queda claro que la mayoría de estos sistemas de solidaridad ya no son satisfactorios y/o no responden ni a las necesidades de las personas ni a las de la industria y la economía de servicios.
Los diversos sistemas de solidaridad existentes en Europa Occidental pueden reducirse a una necesidad fundamental de las personas, una necesidad que no se menciona explícitamente en la obra del profesor Bodrunov, pero que quizá pueda subsumirse en la “cultura”. Me refiero a una necesidad general y omnipresente de protección, una necesidad de seguridad que también ha existido siempre, en todas partes del mundo.
La seguridad de las sociedades y los individuos también ha sido siempre la primera y última legitimación de la autoridad política. Quien ofrece protección a la gente obtiene el poder.
En términos generales, esta protección puede adoptar dos formas diferentes.
Una primera vía puede asociarse al filósofo británico Thomas Hobbes. Según él, los individuos sólo pueden evitar la guerra de todos contra todos rindiéndose a una autoridad absoluta. El abuso de poder por parte de esa autoridad debe aceptarse como precio de la paz. Se puede comparar esa “autoridad” con el Estado fuerte que, según las instituciones internacionales, es necesario tanto para la reducción de la pobreza como para la guerra contra el terrorismo. Se trata de una seguridad ofrecida por la policía o el ejército para mantener el orden y la represión de las voces disidentes, con fronteras cerradas para los individuos y fuerzas (internacionales) para “liberar” al individuo y al mercado.
La segunda solución se remonta a otro filósofo británico, John Locke. Según él, la posesión es otra forma de autodefensa. Los Estados deben proteger esta propiedad, pero la gente no necesita a los Estados para su seguridad personal inmediata. En Estados Unidos, por ejemplo, casi todo el mundo tiene su propia arma. Si se relaciona esta idea de la propiedad como protección con el análisis de Robert Castel sobre los Estados de bienestar occidentales, se puede entender que la “seguridad social” es una alternativa a la “seguridad policial”. Según Castel, los Estados del bienestar se construyeron como una especie de seguro colectivo, una propiedad común que puede ser utilizada por quienes no tienen propiedad individual para poder defenderse en caso de enfermedad, accidente, desempleo, etc. Este es el núcleo de la ciudadanía social, de los derechos económicos y sociales y de los servicios públicos a los que todos tienen acceso independientemente de su riqueza o pobreza. Esta propiedad colectiva es un mecanismo de defensa social que evita conflictos por los recursos y hace innecesaria la intervención de la policía o el ejército, salvo en casos de delitos graves.
Los Estados del bienestar occidentales se ajustan a este segundo modelo, que también se adaptaba perfectamente a las necesidades de la sociedad industrial tal como surgió en el siglo XIX y se siguió desarrollando después de la Segunda Guerra Mundial.
Sin embargo, el concepto de protección social se ha diluido, primero por el neoliberalismo, hoy por la nueva economía del conocimiento que ha creado nuevas relaciones laborales.
La nueva “protección social
Lo que la nueva economía del capitalismo significa para la “seguridad” y la “protección” de las personas puede explicarse mejor con el pensamiento del Banco Mundial, que ha estado a la vanguardia de esto durante los últimos 30 años.
Es notable observar que en los numerosos documentos de las Naciones Unidas, desde su creación, se discutieron ampliamente los numerosos problemas sociales, especialmente en el Sur. Vivienda, sanidad, educación, todo se abordaba y se calculaba, pero nunca se mencionaba la “pobreza”. Todos los problemas podían resolverse con “desarrollo”, económico y social.
Fue el Banco Mundial quien introdujo la “pobreza” en la agenda internacional en 1990, al mismo tiempo que el nuevo concepto de “desarrollo humano” propuesto por el PNUD.
Sin embargo, la “reducción de la pobreza” del Banco Mundial no tenía nada que ver con los problemas de los pobres pero se convirtió en el eslogan ideal para legitimar su sistema de “ajuste estructural”, el Consenso de Washington. Quien quiera luchar contra la pobreza, según el Banco Mundial, debe seguir escrupulosamente las recetas neoliberales.
Obviamente, eso no funcionó y varias instituciones de la ONU, con UNICEF y la OIT a la cabeza, señalaron la creciente desigualdad y la necesidad de una lucha contra las desigualdades y una “protección social” que vaya más allá de la reducción de la pobreza.
Dicho y hecho, en 2000 el Banco Mundial desentrañó un concepto de “protección social” como “gestión de riesgos”, adoptando una interpretación muy diferente del riesgo e incluyendo la inflación, las epidemias y las catástrofes naturales. Se ignoraron por completo los derechos económicos y sociales existentes.
En la última década, sin embargo, el concepto se ha adaptado y elaborado aún más. El Banco Mundial habla ahora de “protección social universal” y ha firmado una Declaración Conjunta con la OIT sobre el tema.
En el breve ámbito de esta ponencia no es posible analizar estas propuestas. Sin embargo, cabe señalar que las palabras ya no significan lo que han significado en el pasado. La protección social del Banco Mundial no es en absoluto un “Estado del bienestar”, ni es “universal”, sino sólo para “los que la necesitan” y está totalmente al servicio de la economía. El derecho laboral se está eliminando progresivamente y los servicios públicos se siguen privatizando. Sigue siendo la vieja y focalizada “reducción de la pobreza”. El Banco Mundial sólo puede responder de forma muy limitada a las nuevas condiciones de la economía del conocimiento, pero quiere que las empresas soporten la menor “carga” posible. Los sindicatos y la negociación colectiva sólo pueden desempeñar un papel si facilitan el trabajo de las empresas.
En materia de desigualdad, el Banco Mundial no va más allá de lo que ya se afirmaba en los años setenta: los ingresos del 40% más pobre de la población deben crecer más deprisa que los del conjunto de la población. O dicho de otro modo, para luchar contra la desigualdad, el Banco Mundial sólo mira hacia abajo, nunca hacia arriba. La riqueza de los ricos no se toca.
El estado del bienestar
Ni los antiguos Estados del bienestar ni las “soluciones” del Banco Mundial pueden satisfacer las necesidades de las sociedades actuales.
Las sociedades han cambiado, en Occidente con la incorporación de la mujer al mercado laboral, nuevas formas de familia y más migración.
La industria también ha cambiado, con la expansión de un mercado “global”, mucha deslocalización, una economía de servicios ampliada y el auge de una economía de plataformas.
A partir de la Unión Europea, el mercado único se abrió también a la mano de obra, con la posibilidad de trabajar en otros Estados miembros de la UE, lo que hasta ahora ha dado lugar a muchísimos fraudes y abusos y a una competencia social inaceptable. De hecho, la desigualdad entre los Estados miembros y entre sus sistemas sociales es inmensa.
Cada vez se cierran más las fronteras -con muros- a los inmigrantes, a pesar de que en muchos países hay un mercado de trabajo estrecho. Muchos inmigrantes y solicitantes de asilo trabajan “en negro”, en pésimas condiciones y muy mal pagados.
El sector del trabajo en plataformas está poblado por estudiantes y jóvenes sin contrato de trabajo ni seguro, con todas las consecuencias en caso de accidente de tráfico.
Debido a los cambios en las relaciones geopolíticas -energía más cara, sanciones y proteccionismo emergente- se está produciendo actualmente una desindustrialización muy rápida de Europa Occidental. Alemania, la ‘gran fuerza’ económica de la Unión Europea, lleva dos años en recesión y algunas fábricas de automóviles están cerrando por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial.
Los antiguos Estados del bienestar no están a la altura. La Unión Europea ya ha “recomendado” muchas reformas, la mayoría centradas en el “capital humano” con “inversión social”, el aprendizaje permanente y el aumento de las tasas de empleo.
Al mismo tiempo, muchos servicios públicos se han privatizado o se están deteriorando aún más, la sanidad se ha vuelto inalcanzable para muchos, se dice que las pensiones son “inasequibles”.
Existe una crisis de la vivienda en casi todos los países de la Unión Europea, debido a la falta de viviendas sociales y al aumento de los precios en el mercado.
En cuanto a la reducción de la pobreza, la Unión Europea no tiene competencias reales, pero los objetivos mencionados en varios documentos políticos no se han cumplido.
En resumen, existe claramente una crisis de justicia social en sociedades que nunca han sido más ricas que hoy.
También se habla hoy de “reformas” en los círculos sindicales, pero no suelen ir más allá de complicar aún más unos sistemas que ya no entiende el ciudadano medio. La solidaridad horizontal y estructural organizada por los Estados del bienestar puede ser vital para la justicia social, pero ya no existe a los ojos de cada vez más personas.
Hasta ahora no se ofrecen alternativas reales. Sólo el movimiento verde vuelve la vista a las soluciones del pasado: más solidaridad en las familias y comunidades, lo que no es realmente factible en un mundo globalizado e individualizado. Las propuestas de una economía social y solidaria con monedas locales sólo son viables a nivel local. Las propuestas de una renta básica ignoran los problemas financieros y los efectos perniciosos sobre el mercado laboral.
La justicia social es más que un Estado del bienestar
El profesor Bodrunov parte acertadamente del principio marxista de que la producción material determina la vida social. También sostiene que, con el desarrollo de la economía del conocimiento, la gente se aleja gradualmente de la producción material directa, lo que conduce inevitablemente a un nuevo orden social diferente.
“Si las personas abandonan el proceso inmediato de producción, las relaciones en torno a la actividad de producción humana también se desvanecen. Las relaciones de producción desaparecen gradualmente y la producción pierde la forma de una actividad económica. La economía tal como la conocemos se está volviendo obsoleta. Pero, naturalmente, algo tiene que venir y tomar su lugar. La gente deja la producción, pero la producción sigue siendo una condición material para la vida humana, y la gente todavía estructura de alguna manera las relaciones sociales para regular el proceso de producción. Sin embargo, dado que no están directamente involucrados en este proceso, ya no es una economía, sino la noonomía. – relaciones que tienen lugar no en el marco de la producción realizada directamente por las personas, sino las relaciones en torno a la nooproducción, que se desarrolla sin la participación directa de las personas, aunque todavía está regulada y dirigida por la mente humana.” (p. 174)
En la pirámide de Maslov, la ‘seguridad’ está en el segundo lugar, inmediatamente después de las necesidades fisiológicas. En sus grandes líneas, estas necesidades son idénticas en el mundo entero y tocan a la salud, el empleo, la renta, la seguridad física, la educación, etc.
Para reflexionar sobre cómo organizar esta seguridad en la noonomía y cómo alcanzar la justicia social, algunos grandes principios conservan su pertinencia.
Ante todo, parece lógico que la principal responsabilidad de organizar la sociedad y garantizar el orden social recaiga en las autoridades públicas. Por lo tanto, en el mundo actual se puede argumentar a favor de una responsabilidad escalonada, con algunos principios fundamentales a nivel mundial -siguiendo la línea de los derechos humanos-, una elaboración más detallada a nivel nacional y una aplicación concreta, teniendo en cuenta las condiciones y requisitos locales, a nivel local.
Un segundo principio importante es el universalismo y la solidaridad. La división que se aplica hoy entre asalariados, independientes, parados y pensionistas no puede seguir existiendo en el nuevo orden social. Todos tienen los mismos derechos, que pueden aplicarse de forma diferente según las necesidades, pero la seguridad de subsistencia debe estar garantizada para todos.
Si la naturaleza y las características del trabajo pueden cambiar, muchas tareas permanecen, incluso y quizás especialmente en la economía del conocimiento. No debemos olvidar que el “conocimiento” de la inteligencia artificial, por ejemplo, no cae del cielo sino que viene determinado por algoritmos que hoy, a su vez, son creados por miles y miles de personas mal pagadas en el sur. Al otro extremo de la cadena la IA requiere de una cantidad gigantesca de energía lo que pone en peligro la transición energética. Quienes encargan este trabajo tienen una gran responsabilidad a la hora de hacer cumplir la legislación laboral y organizar la solidaridad necesaria.
Otra fuente de inspiración para el nuevo orden social puede ser la economía feminista, que también se distancia de algunos datos básicos del capitalismo, como el producto interior bruto. Para la organización de las numerosas tareas de cuidado que requieren nuestras sociedades envejecidas, también puede ser útil elaborar una dimensión de género en la noonomía.
Y los nuevos sistemas de justicia social ya no pueden consistir en “corregir” o “gestionar” los mecanismos de mercado que, por cierto, desaparecerán en gran medida. Se trata de garantizar la seguridad de los medios de subsistencia y una mayor igualdad.
Además, una mayor igualdad exige ir más allá de lo que hoy se denomina “protección social”. Serán necesarios mecanismos de redistribución, pagados o no con impuestos.
La pobreza no tiene derecho a existir en un mundo rico. Además, la pobreza está lejos de ser una reliquia del pasado; al contrario, la pobreza se crea a diario en nuestro mundo capitalista. Vivimos en una fábrica de pobreza. Sin embargo, hay que prevenir la pobreza e ilegalizarla. Una amplia gama de servicios públicos puede ayudar.
Ese sistema universal basado en los derechos y la solidaridad debe considerarse un logro común, un “común”, disponible para todos y con la participación de todos. Dicho sistema no puede condicionarse en función de la “economía” que, por cierto, también está desapareciendo en la noonomía.
El nuevo orden social que antepone la noonomía pone fin a la desesperanza que hoy lleva a muchas personas a actos de desesperación, como las rutas migratorias superpeligrosas de Centroamérica, el Mediterráneo o el Canal de la Mancha. Es esta misma desesperanza la que lleva hoy a mucha gente a la extrema derecha, con promesas de protección en el sentido de Hobbes. La noonomía ofrece perspectiva y seguridad. Es un sistema que ya no tiene como objetivo el “crecimiento”, sino el desarrollo, en un nuevo sentido. De este modo, puede volver a conectarse con la filosofía básica de las Naciones Unidas, que, por cierto, ha adoptado un nuevo “derecho al desarrollo”. Es una fuente de inspiración para cualquiera que quiera seguir por este camino.
La vía de la noonomía es sumamente adecuada para organizar y garantizar la justicia social. A su vez, dicha justicia social es una condición previa para la paz, como bien afirma el preámbulo de la Constitución de la OIT. Son pasos hacia el “reino de la libertad” en el que todas las necesidades básicas se satisfacen sin contratiempos y sin condiciones. Es el reino de ‘de cada uno según su habilidad a cada uno según su necesidad’.
En conclusión, la ‘noonomía’ del profesor Bodrunov ofrece un camino estratégico hacia un mundo más justo de desarrollo, solidaridad y justicia. No sabemos si el camino va a concretizarse de la manera en que la describe el autor. Sí sabemos que el sistema capitalista actual no es sostenible, en términos ecológicos ni en términos societales. En la búsqueda de una salida, esta obra puede ser especialmente útil.
Dra Francine Mestrum – www.globalsocialjustice.info; www.socialcommons.eu; mestrum@skynet.be
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